Perdedor exitista


Cada cuatro años juega la Selección y jugamos todos, gana la Selección y ganamos todos, pierde la Selección y…

Nadie sabía muy bien de dónde sacaba la plata Teodoro, pero siempre tenía para comprarle un paquete de maní con chocolate a cada uno de los pibes que los lunes iban al bar a jugar al metegol. Juego, lugar y día no eran una casualidad, en los pueblos se sabe todo y lo que no se inventa, por eso cada comienzo de semana a la salida de la escuela los que manejaban el dato iban derecho para el bar de los borrachos, al otro lado de las vías, y el viejo siempre estaba ahí, fumando un Benson y tomando vino blanco.

Teodoro nunca fue a otro bar, jamás pisó el del club por ejemplo. Cosas de pueblo, vaya uno a saber por qué extraño fenómeno sociológico cada lugar tiene su gente o mejor dicho: cada gente su lugar. A la iglesia, para tomar otro caso, solo van con regularidad las viejas pitucas, el resto son asistentes circunstanciales: los padres de los pibes que toman la comunión o la confirmación, los padrinos del bautismo, los amigos de los novios; el problema no pasa por una cuestión de religiosidad, porque la gorda Morales, que vive en el sur en una casa con piso de loza donde crió a sus seis hijos y repite con otros tantos nietos, reza el padrenuestro todas las noches, viaja siempre a la virgen de Saladillo, tiene un rosario de madera colgado en la cabecera de la cama, pero nunca en su vida fue a misa porque no siente a la iglesia como un lugar que le pertenezca.

Con los bares pasa lo mismo, al del club van los de guita y al del otro lado de las vías los borrachos, aunque las categorías no son excluyentes porque bien que le gusta chupar al dueño de la cerealera, la diferencia con Teodoro es sólo una cuestión de interpretaciones: el viejo enfundado en una Lacoste, que se pone en pedo en la peña, vive la plata que gana; Teodoro tomando un vino blanco el lunes a la tardecita es un negro perdido que gasta la que no tiene.

Además, nadie cambia de bar bajo ninguna circunstancia, si está cerrado por equis motivo extraordinario (que en los pueblos puede ser la muerte de un pariente del dueño o alguna que otra cosa por el estilo) la única salida es pegar la vuelta. Teodoro cumple a rajatabla: todos los lunes llega y se sienta en la misma mesa, nada cambia su rutina, ni siquiera el Mundial de fútbol porque mucho no le gusta el fútbol; igualmente, como pasa con la mayoría, y sobre todo con las viejas pitucas que van a misa el domingo a la mañana, se prende cuando juega Argentina.

Esa historia del gran acontecimiento que cada cuatro años aglutina el sentimiento patriótico de la nación unida ante el mundo, no le mueve ni un pelo a Teodoro, pero al menos lo pone de buen humor encontrar una excusa para distraerse y eso es una excelente noticia para los pibes que van a jugar al metegol, porque en cada partido que gana la Selección Teodoro se toma un vinito de más y hay fichas gratis hasta la hora de irse a comer. Pero la historia no termina ahí, porque como los partidos no necesariamente caen un lunes la cantidad de metegoles y manisesconchocolate se multiplica, pudiendo llegar a ser más de siete si los muchachos andan bien y nos-dan-una-alegría.

Los mundiales tienen esas cosas, son especiales quizás por boludeces –como recordar la cara de algún africano en las figuritas–, pero también por circunstancias gratificantes como sentirse parte de una épica victoria colectiva. Para Teodoro, aunque escéptico y porfiado, el Mundial era la posibilidad de ganar y compartirlo, lo que no es poco para un perdedor de la vida; un tipo que vivió escapándose de la derrota (y de la muerte) no puede más que aspirar a subirse ocasionalmente al carro de los que triunfan y cuando se sube aprovechar.

Como pasa siempre, en el mes del mundial se fue conjugando todo: la bulla se corrió entre los pibes de la escuela y en cada partido de Argentina había una multitud esperando que gane, no tanto por eso de la gloria colectiva sino más bien por los metegoles y los manisesconchocolate, que se habían transformado en una especie de cábala. Teodoro no tenía ni idea de esas cosas que le sonaban a religión, pero tampoco era cuestión de cambiar y arriesgarse, ya tenía suficiente con perder cien mangos en la taba el domingo a la tarde, dos cincuenta de remedios y tres gambas del crédito de la casita prefabricada. De todas formas, como buen borracho de pueblo, Teodoro era un tipo terco y eso ayudó para cumplir con la rutina milagrosa, aunque le hinchó un poco las pelotas que aparecieran algunos oportunistas que se fueron sumando sobre la marcha.

De repente, después de cinco partidos con sendas victorias y otros tantos lunes, el viejo se transformó en un personaje simpático para los pibes, que apenas si lo conocían hasta el punto de que no sabían muy bien si Teodoro era el nombre, un apodo o el apellido. Ese viejo canoso, de bigote tupido y raro que le cubría el labio superior, bajaba rodeando a las comisuras y moría junto con las carretillas tocando las orejas, era mucho más generoso que los ricachones del bar del club y eso que, según las malas lenguas de las madres que baldean veredas con el canto de los gallos, no tenía dónde caerse muerto.

Llegar a las semifinales fue una gran noticia para los pibes de la escuela porque, sin importar el resultado, eso garantizaba un juego más. De arranque, todo el mundo sabe, lo único seguro que tienen los mundiales son tres partidos y después hay que andar cortando fierro para seguir, por lo que una tardecita de metegol sin tener que pensar que podía ser la última seguramente se disfrutaría de otra forma; incluso, a esa altura, hasta Teodoro le había tomado el gusto a eso de no ir al bar únicamente los lunes.

Pero parece que hay cosas de la vida que los jugadores de fútbol no entienden, y el técnico tampoco. El viejo Teodoro, que habitualmente elegía las palabras como a las uvas de un racimo, estaba desencajado: “No pueden ser tan hijosdemilputas –gritaba junto con el pitazo final del árbitro–. Son una manga de fracasados. Ganan millones en Europa y ni un tiro bien al arco patearon. Están todo el día con la pelotita y no son capaces de dar dos pases seguidos. ¡Se pueden ir bien a la puta-madre-qué-los-parió!”. Dejó el cigarrillo a medio fumar en el cenicero, tomó de un solo trago media copa de vino, agitó con fuerza el brazo por encima de la cabeza, murmuró una frase incomprensible, se levantó y se fue.

Para el partido por el tercer puesto Teodoro no apareció, seguro habrá pensado que es cosa de perdedores. [-]

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