Algo tenía que ser


Las críticas son puñales arteros para cualquiera, pero más para una espalda a la que le toca vestirse alternadamente de árbitro y policía.

Cuando las viejas en la panadería y los muchachos en el bar hablan del Tachuela Mariani es porque hizo algo mal, el tema es que la vida le puso como condición para ser feliz tener que pasar inadvertido. Parece fácil, pero hay que estar en la camisa celeste o negra (según la ocasión) de un tipo como el Tachuela que podría haber sido cualquier otra cosa pero le tocó ser árbitro y policía, o policía y arbitro dependiendo del lugar. Aunque no es lo que quiso ahora tiene que cargarlo hasta el final, le cayó de arriba y no le queda otra más que llevarlo encima de los hombros que un rato cuelgan las tiras y otro el escudo de la Asociación.

Es raro, pero el Tachuela se acostumbró a transformar en motivo de orgullo el hecho de no ser tenido en cuenta, sabe que es un elogio si en el pueblo nadie habla de él. Cuando vive de árbitro únicamente tiene que dedicarse a dirigir -que para eso está en la cancha- no puede, como los jugadores, pensar en ganar. Cuando anda de policía, lo mismo le pasa con los ladrones que roban sin contemplar la chance de perder mientras él no sale a buscar nada y sólo se dedica a cumplir órdenes. Entre pitos y pistolas, la vida se le va yendo sin que pueda escaparse de la sombra amenazante del error y los posteriores comentarios.

En la cancha los de afuera no arriesgan nada, pagan la entrada y creen que compran el derecho de exigir caños, taquitos, gambetas y árbitros infalibles; lo mismo piensan las viejas cuando pagan los impuestos. Viven juzgando al que juzga, pero nunca están con el silbato en la boca, los labios paspados por el frío, el viento y la tierra, la camiseta transpirada, una ampolla en el dedo chico del pie. Hay condiciones en las que no es fácil tomar decisiones. Una pierna que se cruzó, una bomba de estruendo que explotó, un recuerdo inoportuno, una puteada certera, un comentario artero. Nadie lo sabe, nadie lo ve. Lo único que hacen es reclamar la mano adentro del área.

Lo peor es que la historia no termina con el error, sino que ahí recién empieza. Basta que uno haga correr la bulla y ya es suficiente para que el resto apruebe, confirme y agregue. Entonces el Tachuela Mariani, por comerse una mano que no vio, pasa a ser un vendido-choro-ladrón-caradura-hijoderemilputa. A nadie se le ocurre pensar que es incapaz de mancharse por tres mil pesos mugrientos que como mucho podrían llegar a tirarle.

El Tachuela Mariani sabe muy bien cuáles son sus defectos, fundamentalmente cuando dirige partidos aburridos y se pone a pensar cuántas cosas dependen de la maldita suerte. No puede abstraerse y por lo general pierde las riendas del juego. Por eso decidió no dirigir más los nocturnos en el pueblo. Como la mayoría de los que juegan en esos campeonatos comerciales son viejos -que no tienen otra cosa que hacer- el ritmo es lento, eso le da demasiado tiempo para que la cabeza se le vaya y termina cobrando cualquier cosa. Para evitar que lo puteen gratis y le recuerden que la mujer lo dejó y se piró con un camionero de los que vienen en época de cosecha, el Tachuela inventó que los directivos de la Asociación no lo dejan arbitrar en competencias amateurs.

No parece, pero es dura la vida del Tachuela. Si sólo fuera tener que comerse las puteadas en la cancha vaya y pase, pero también tiene que bancarse a las viejas que andan comentando, muy sueltas de lengua, que libera la zona de los chiqueros para que los negros vayan a robar chanchos en navidad y año nuevo. Algo que nunca se le había ni siquiera cruzado por la cabeza, pero cuando lo piensa bien cree que podría hacerlo si tuviera huevos, porque aunque sea policía admira la valentía de algunos ladrones, no la de los de guante blanco que trabajan en la Cooperativa y roban en silencio para que nadie se entere, sino la de los negros del sur que cada tanto le meten una sacudida a los campos para llevarse choclos, unos girasoles o maníes y no les importa que se sepa porque total andan con lo puesto y hasta sienten que esa es una manera de ser tenidos en cuenta.

De todas formas, para el Tachuela Mariani las simpatías se terminan donde empieza la ley y está orgulloso de pensar así por más que nadie se lo reconozca y únicamente le cuenten las malas. Pueden pasar mil madrugadas de domingo sin que un borracho ni siquiera se anime a mear en un árbol de la plaza, pero basta que un solo día falten dos rosas del cantero de la Municipalidad para que las viejas empiecen a hablar de la falta de autoridad de la policía. Claro, ni se imaginan lo que es tener que andar soportando a los borrachos. Los que salen junto con el sol buscando la cama y van de cordón a cordón. Los que caminan melancólicos recordando cuando por el pueblo pasaba el tren. Los pendejos que se ponen a tocar timbre y salen corriendo. Los solterones que saben de todos los temas y andan a los gritos por la calle. Los que se van a las manos con el primero que los mira feo. Hay que andar llevándolos como vacas para el corral, pero a eso nadie lo tiene en cuenta.

Después de cada partido que dirige le pasa lo mismo, en el bar del club todos hablan de los mocos que se mandó y no cuentan las miles de decisiones justas y acertadas que pueda haber tomado. Si bien le duelen las críticas, el Tachuela con el tiempo aprendió a consolarse pensando que no saben nada de fútbol. Para prueba está lo que pasó con Franco Giménez.

Fue en uno de los provinciales que se juegan durante el verano. Como el club cumplía ochenta años, los dirigentes decidieron hacer el esfuerzo y armar un equipo para pelear el campeonato. Recorrieron toda la zona buscando “jugadores de otro nivel”, según decían; y en una de esas cayeron en un partido que estaba dirigiendo el Tachuela Mariani. Hay que decir que no está aquella entre sus mejores actuaciones, tampoco entre las peores, pero eso no es lo importante; ni siquiera vale la pena recordar que ninguno de los directivos fue capaz de ofrecerle un lugar en el auto y traerlo a la vuelta para que pudiera comerse los manguitos del viatico. La cosa es que el Tachuela vio lo que los otros no: el ocho tenía algo.

Cuando estaban por sacar del medio, el tipo se le paró al lado y le dijo: “Me juego la comida de los pibes”. A los cinco minutos pegó una patada criminal, lo agarró al diez de atrás y de adelante, lo sacudió de ida y de vuelta. Echarlo era poco. Hasta meterlo en cana era poco. Pero el Tachuela estaba todavía conmovido por lo que le había dicho antes del pitazo inicial y apenas le sacó una amarilla. Valió la pena, porque tuvo una dignísima actuación el ocho. Había que verlo ordenando los relevos, sacando laterales, cortando y entregando de primera sin hacer unas sola de más. Era un relojito. Posiblemente por eso no le prestaron atención. Ni ruido hacía porque pedía la pelota con un chiflido, entrecerrando los labios y aspirando el aire, que era apenas perceptible para sus compañeros.

No tuvo un partido lo que se dice impecable el Tachuela porque jugó condicionado, la auto-recriminación de que debía haber echado al ocho le zumbaba en el oído izquierdo y sentía como si tuviera un mosquito revoloteándole al lado de la oreja. Recién con el estridente sonido del último silbatazo recuperó un poco la calma. Se consoló pensando que al ocho le iban a ofrecer un buen contrato para llevárselo y en definitiva la decisión tendría un costado positivo. Por eso, en el vestuario, cuando completó la planilla con los amonestados se fijó muy bien de recordar el nombre del número 8: “Giménez, Franco… Franco Giménez…”, repitió un par de veces como para no olvidarse.

Recién el lunes a la tardecita, de pasada en el bar del club escuchó a dos o tres dirigentes que hablaban del partido y los refuerzos:
–Bien el cinco, ¿no?
–Buen jugador, habría que averiguar algunas cositas… qué se yo… digo… para que no nos pase lo mismo que con el delincuente ese que trajimos la otra vez y al segundo partido ya se estaba choreando las bolas del pool.
–Por eso no hay drama, preguntamos en la policía y listo.
–¡Ah! A propósito de cana, ¡qué desastre el Tachuela!
–¡Sí! Ni hablemos… Cada vez peor… El ocho de los otros pegó un patadón apenas empezó y le sacó amarilla nomás. Típico de los árbitros mediocres, hasta después de los diez minutos se cagan para sacar una roja. Jugó gratis todo el partido.

El Tachuela Mariani confirmó que definitivamente no saben nada de fútbol, de la vida y menos del arbitraje. De todas maneras, fiel a su costumbre de contentarse con el silencio como elogio, se sintió reconfortado cuando, un tiempo después, vio en uno de esos canales de televisión que pasan goles de argentinos por el mundo que Franco Giménez había hecho un gol en la Segunda de Panamá. Algo tenía nomás. [-]

No hay comentarios:

Publicar un comentario